Te quiero.

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"Aunque no lo puedas decir
me quieres, a veces."



Te quiero. Esas son las últimas palabras que Fer lanzó al aire. Se sentía tan grande, tan enamorado. La quiero se repetía una y otra vez. La llamó en ese instante:

- Cariño, te quiero.
- Y yo mi amor, y yo.

Volvió a sonreir, a gritar, a correr por esa calle. Tenía toda su vida en sus manos, no lo iba a desperdiciar.

Lucía viajaba a su nuevo lugar para vivir. Sus padres se mudaban y ella iba con ellos. Lucía no paraba de mirar la foto de Fer una y otra vez, se sentía tan querida. Todo iba a salir bien, sólo se tratan de unos años, ¡quizás meses!. Volvería a por Fer con los ojos cerrados.

En su nueva vida, Fer intentaba hacer oídos sordos a todo lo que le decían de Lucía, él la amaba, no le importaba nada más. Él sólo la echaba de menos y la llamaba en cualquier momento.

Lucía, por su lado, sonreía y pensaba en sus buenos momentos con Fer. Todo hasta ese momento había sido perfecto, nada podía estropearlo. Estaba segura, Fer era el hombre de su vida.

La distancia aumentaba con los días, con las semanas. Fer insistía en hablar con Lucía, ella empezaba a no tener tiempo para él. Todo se enfriaba.

La distancia, dicen, hace el olvido y quizás Lucía empezaba a olvidar.

Fer se iba marchitando según pasaban los días, la quería, la amaba, ¿qué estaba pasando?. Comenzaba a salir por las noches, a divertirse, a bailar y quizás a beber más de lo que debía.

Lucía hacía lo mismo en su nueva ciudad, gente nueva, sitios nuevos. Estaba cambiando.

Llegó el día. Lucía llamó a Fer:

- Pequeño, lo siento. No volveré allí. Mis padres han decidido quedarnos aquí para siempre.
Fer no pudo contestar. Se quedó en silencio y colgó. Su vida, ¿dónde estaba su vida?. Todo para él había terminado, estaba hundido. Nada tiraba de él hacía arriba.

Después de unos años, Fer aún pensaba alguna vez en Lucía, pero era diferente. Era su primer amor, lo que más había querido. Ya era casi un hombre, con una mujer a su lado y un bebé en camino.

Lucía visitó su antigua ciudad. Había dado un cambio espectacular. Todo allí era ilusión para ella. Recordar los lugares que había recogido de joven y donde tantos besos se dio con Fer.

Paseando y sin darse cuenta se chocó con un hombre.

- Perdone.
- ¿Lucía?.
- Sí, ¿usted?.
- Soy yo, Fer.

Ambas miradas se llenaron de un brillo especial, el corazón les dio un vuelco y no dudaron en abrazarse.

- Te había echado tanto de menos.
- Había pensado tantas veces en ti.
- ¿Qué tal?.
- Mi vida está más asentada, voy a ser padre y mi mujer es la mujer más bella del planeta, después de ti claro.
Lucía comenzó a reir. Era él, su Fer. Habían pasado tantos momentos juntos. No lo podía creer.

- ¿Te apetece tomar algo?.
- Ahora tengo cosas que hacer, te llamaré.
- Yo me tengo que ir, tengo algo de prisa.
- Te llamaré, te lo prometo.

Y con un abrazo ambos se despidieron.

Pero ninguno de los dos dio el paso. Quizás miedo a volver a sentir ese sentimiento tan grande, quizás por miedo a una nueva despedida dolorosa. No se llamaron, no quedaron, no se volvieron a ver.

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