Aprender.

Aprender de cada error. Aprender a diferenciar quien es mi amigo y mi conocido. Aprender a saber quién va a estar conmigo en las buenas y en las malas. Aprender que nadie es más importante que otra persona. Aprender a valorarme, a quererme, a mimarme de vez en cuando. Aprender que quién me haga daño, en realidad, no me quiere todo lo que dice. Aprender a querer a la gente que me quiere. Aprender a echar fuera de mi vida aquello que no debe estar ahí. Aprender que todas las cosas caen por su propio peso. Aprender a dejar de echar de menos. Aprender a pasar los malos momentos sola. Aprender que las mentiras, por mucho que duelan, siempre tienen las patas muy cortas. Aprender que paso al segundo plano de alguien. Aprender a recordar los momentos buenos. Aprender a dejar de estar ciega. Aprender a vivir, a volar. Aprender que el amor llamará a mi puerta todas las veces que quiera. Aprender que cada persona es un mundo, y solo tengo que amoldarme a ellas. Aprender que tengo que empezar de cero. Aprender a superar mis problemas. Aprender a levantarme cada vez que caiga. Aprender que la gente viene y va, y nadie suele quedarse. Es que en este momento solo me queda aprender de cada metedura de pata. Y no me niego a hacerlo. Sé que puedo hacerlo. Toco el cielo y acaricio las nubes. Dejaré de lado las tardes de invierno y el cariño que necesito. Empezaré a ser tan fría como el aire que me acaricia en cada momento. Confío en mí plenamente, porque nadie más lo va a hacer. Hoy sé que puedo ser todo lo que quiera. Y que, por ahora, nadie más volverá a ser “ÉL”. Se acabó. Necesito un respiro en el tema de querer darle todo a alguien. Ahora me voy a querer a mí, y cuando alguien me quiera de verdad, volveré a revivir los escalofríos por mi cuerpo. No tengo prisa, pues la prisa no lleva a ninguna parte.